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miércoles, 10 de julio de 2013

Leyenda de La Chaqueta


Un chico conoce a una preciosa chica en un bar, como la noche es fría le presta su chaqueta y se despide de ella hasta el día siguiente.


Un chico está estudiando un sábado para preparar sus exámenes de graduación. Para relajarse un poco decide ir a un pub que esta justo debajo de su casa. Se acerca a la barra y pide una coca-cola para despejarse.
 
De repente ve a una chica muy guapa y atractiva, era rubia, pelo largo, ojos claros y cuerpo frágil. Él se acerca a hablar con ella aprovechando que estaba sola en un extremo de la barra. Se presentan y se pasan hablando un par de horas hasta que ella dice que se tiene que ir a su casa ya que es muy tarde. El chico mientras va con ella a la puerta le intenta convencer de que le deje acompañarle a su casa, ella se niega.
 
La chica sale a la calle y empieza a tiritar, esa noche hace mucho frío y el chico en un acto de caballerosidad se quita la chaqueta y la envuelve con ella, aprovecha la situación para abrazar a la chica y acompañarla la mitad del camino a su casa, ella le pide que la deje continuar sola y él encuentra la excusa perfecta para volverla a ver otro día. Al dejarle la chaqueta podrá quedar de nuevo con ella para que se la devuelva. Ella le da su dirección y se despiden con un tierno beso.
 
Al día siguiente su corazón parece que va a explotar cuando se acerca a la dirección que la chica le señaló. Lleva casi toda la noche sin dormir pensando en ella y llama tímidamente a la puerta. Le recibe una mujer mayor que le pregunta quien es.
 
El chico pregunta por Laura, el nombre de la chica, y la mujer nerviosa y enfadada le recrimina que allí no hay ninguna Laura y que vaya a hacer bromas pesadas a otro lado.
Desesperado por perder a su amor, el chico insiste y es entonces cuando advierte que junto a la mesita de entrada a la casa hay una foto de Laura. La señala y le dice a la señora que ella es la chica a la que busca.
 
La mujer encolerizada le agarra de una oreja y le lleva a rastras hasta un cementerio cercano. Por el camino los ánimos se van suavizando y la mujer le cuenta entre lágrimas que Laura era su hija menor, había fallecido años atrás. La encontraron muerta camino a casa, al parecer una noche fría cuando volvía de divertirse con las amigas sufrió un ataque de asma del que no pudo sobrevivir.
 
Al llegar al cementerio y sin mediar palabra el chico señaló una de las tumbas – “Esa es la tumba de Laura” – la mujer le preguntó que como podía saberlo si nunca había estado…
 
Allí sobre su lápida estaba la chaqueta del chico.

jueves, 3 de mayo de 2012

LEYENDA "LA DAMA DE NEGRO"


Cuenta la leyenda que en un pueblecito cántabro de cuyo nombre no quiero ni puedo acordarme, de esos perdidos entre montañas y que en invierno quedan incomunicados, de esos que a menudo son tapados por la niebla y cuyas casas son aún de piedra y madera, sus gentes guardan un antiguo e insólito secreto. Dice también la leyenda que en dicho pueblecito hace ya más de 50 años que algunos de sus habitantes han vivido atemorizados. Estos habitantes son los que recuerdan un hecho que cambió la vida del pueblo para siempre. Un hecho que, bien por injusticia, bien por su crudeza, no ha sido nunca revelado a forasteros o a localidades cercanas, de tal modo que el secreto de momento ha quedado guardado dentro de los límites del pueblo y de la mente de sus más ancianos habitantes.
Este hecho, increíble e incomprensible para todos aquellos que no lo vivieron, cuenta que en las afueras de la localidad, y casi escondido entre una espesa arboleda, hay un edificio que había servido muchos años antes como un psiquiátrico. Allí enviaron a muchísimos hombres y mujeres que habían perdido la razón, a muchos que cometieron atroces asesinatos o que se les consideraba peligrosos a lo largo y ancho del territorio español.
Cuando pasó el tiempo y tanto el personal del psiquiátrico como los enfermos fueron reubicados en otros centros más cercanos a las grandes urbes, llegó el punto en el que el psiquiátrico se vació oficialmente. Pero, como en casi todas las versiones oficiales, hubo parte de la verdad que se ocultó, ya que en el pueblo empezó a circular el rumor de que a ciertos enfermos problemáticos, los servicios de salud o las administraciones pertinentes decidieron que salía más rentable hacer con ellos un ejercicio de “olvido�?. Estos rumores se fundamentaban en testimonios de celadores del psiquiátrico a los que amigos o conocidos del pueblo les habían oído quejarse de la atrocidad que se estaba cometiendo al dejar allí a muchos enfermos atados con correas a sus camas, gritando, abandonándoles sin alimento ni agua, y sellando e insonorizando sus habitaciones para que nadie pudiera saber nunca más de ellos.
La atrocidad no se llegó a producir totalmente, ya que la idea fue demoler aquel edificio totalmente con los inquilinos que habían “olvidado�? dentro. Por una razón o por otra el edificio no llegó a demolerse, así que allí quedó el psiquiátrico olvidado por todos, con sus inquilinos dentro y abandonados a una muerte segura y horrible.
Pero lo que no se podía esperar nadie fue lo que ocurrió después. Pocas semanas tras el abandono del edificio, muchos habitantes del pueblo empezaron a oír feroces gritos por las noches que provenían de la espesa arboleda, gritos que pronto pudieron identificar como procedentes del edificio del psiquiátrico. Los habitantes entraron en un silencioso pánico general, ya que nadie quería hablar de ello, y preferían callar ante lo que parecía un hecho imposible. ¡Aquellos locos ya deberían estar muertos, llevaban más de un mes sin alimento ni líquido, encerrados, atados!
La situación se empezó a complicar aún más ya que, unido a los terribles gritos nocturnos, a los lúgubres alaridos provenientes del antiguo psiquiátrico, los habitantes del pequeño pueblo notaron cómo cada noche desaparecían animales de sus granjas y corrales: gallinas, cerdos, vacas… Cada mañana faltaban más animales y aparecían trozos de algunos de ellos por el pueblo. Rastros de sangre salían desde las cercas del ganado y prácticamente no había nadie que no se hubiera percatado de que dichos rastros conducían camino del antiguo psiquiátrico a través de la espesura de la arboleda.
Hubo quien, además, advirtió que había visto por las noches a lo lejos a una mujer vestida de negro, de aspecto fantasmal y armada con una daga, destripar a los animales y llevarse muchos de ellos, para luego perderse en la negrura de la noche camino del siniestro edificio.




Pasaron las semanas, y en vista de las pérdidas de ganado en el pueblo, un día de fin de año los vecinos decidieron poner fin al robo de animales, aunque muchos de ellos se temieran que las desapariciones eran obra de un fantasma. Así que noche tras noche montaron guardia en todos los corrales y cercados, hasta que por fin una noche dieron con algo.
Uno de los vecinos que vigilaba encontró al ladrón con las manos en la masa y llamó al resto de personas que montaban guardia, que rápidamente se unieron a él. Delante de ellos, como si los espectros realmente existieran y fueran algo tan natural como el día o la noche, había una figura tapada con una manta negra, levitando unos centímetros sobre el suelo, con una daga que movía diestramente con una mano mientras decapitaba un pollo sujeto con la otra. La figura pareció percatarse de la gran expectación que estaba provocando sobre los habitantes del pueblo, que, armados con antorchas, guadañas, palos y otras armas espontáneas, no paraban de mirarla.
Con una velocidad sobrenatural, la figura partió “volando�? literalmente con el pollo muerto en la mano hacia el edificio, confundiéndose en la negrura de la noche. Todos los vecinos, sin dudarlo, y venciendo el miedo a lo sobrenatural debido a que la masa humana reduce el temor, corrieron raudos hacia el oscuro y viejo edificio para atrapar al ladrón y detener la matanza de sus animales.
Al llegar allí, entraron salvajemente al edificio iluminándolo con sus antorchas. No encontraron nada en el primer piso, sólo viejas camillas y mesas quirúrgicas con telarañas. Pero, al subir al siguiente piso, todos ellos se detuvieron y quedaron petrificados al ver el repugnante espectáculo que tenían ante sus ojos. En la sala que se abría ante sus narices había varias decenas de cuerpos famélicos, encogidos, de largas melenas y que se les notaban todos los huesos. Les miraban en asustadizas posturas, tirados por el suelo, acurrucados en los rincones, mientras cientos de trozos de animales y gran cantidad de sangre estaban esparcidos entre ellos y por sus cuerpos. En el centro, la figura de la dama con la manta negra permanecía de pie, levitando, con el pollo ensangrentado y la daga en las manos.
Todos los vecinos salieron huyendo despavoridos en una torpe carrera. ¿Los enfermos olvidados? ¿Fantasmas? Nadie supo quiénes eran los humanos o tal vez los espectros que allí estaban. A partir de entonces, cada fin de año los vecinos de este pueblo dejan, antes por temor y ahora por tradición, algunas gallinas o cerdos u otros animales en la entrada de la arboleda, y gracias a ello, dicen los viejos del lugar (a los que ahora se les considera que cuentan batallitas inventadas) que los gritos no se han vuelto a escuchar por las noches. Lo que bien es cierto, es que esos animales cada mañana de año nuevo han desaparecido.

lunes, 30 de abril de 2012

AL OTRO LADO DE LA LÍNEA TELEFÓNICA


Una niñera encargada de cuidar de tres niños pequeños, empieza a recibir en el teléfono de la casa unas llamadas misteriosas en las que puede escuchar como un hombre se rie de forma macabra. Asustada decide llamar a la policía…
Cuentan que aquella enorme casa de la colina no ha sido comprada o alquilada en muchos años. No, no es una cuestión de precios, lo que ocurre es que muchos saben lo que ocurrió allí. Una historia amarga que ha corrido de boca en boca y que es básicamente la siguiente:
Era un matrimonio con tres hijos, un matrimonio de gente ocupada e importante; personas con muchos compromisos sociales, políticos o algo así. El punto es que, cuando salían a sus reuniones, dejaban a sus hijos con una chica de la urbanización a la que venían contratando desde cierto tiempo atrás.
La muchacha, que según se cuenta era muy guapa, era una de esas chicas alocadas, felices y algo despreocupadas. No obstante siempre había cuidado bien de los chicos. Así, esa noche jugó un rato con ellos y después de dormirlos fue a la cocina, se hizo unas palomitas y se recostó a ver alguna película en la televisión con el volumen alto.
Pasados algunos minutos el teléfono sonó:
—Buenas noches, ¿con quién desea hablar?
—…
—Hola, ¿me escucha?…¿hola?
Siguió intentando obtener respuestas pero a duras penas podía escuchar una respiración y una especie de risa contenida de fondo; así que, irritada, cerró el teléfono con brusquedad y continúo viendo la televisión. ¿Quién sería?: ¿algún idiota sin nada que hacer?, ¿un amigo suyo?, ¿un pervertido?…En todo caso sería mejor ignorar a quien sea que estuviese fastidiando al otro lado de la línea.
Pero una y otra vez seguía sonando el teléfono y aquella risa de fondo se repetía, cada vez colgaba más rápido e incluso pensó en desenchufar la línea, pero no podía hacerlo, los padres de los niños le habían dejado bien claro que en todo momento debía estar atenta a sus llamadas. Muerta de miedo y perdiendo su paciencia, llamó a una operadora de la Policía. Algo andaba mal con esas risitas contenidas y ella debía saber qué diablos estaba ocurriendo.
Para su suerte la operadora, lejos de reírse, le dijo que habían introducido una derivación de su línea en la central y todo lo que ella tenía que hacer era entretener al desconocido para que en la central tuvieran tiempo de localizarlo.
Quince minutos después el teléfono sonó otra vez… ¿Sería él? En efecto, solo que esta vez ya no estaba la risita contenida de fondo sino una carcajada histérica, sádica, parecida a esas que a veces muestran las películas de terror de Hollywood.
—¡Pare de reír!…¡¿Qué le he hecho yo?!, ¡¿Por qué me hace esto?! —dijo nerviosa, irritada y con la voz al borde del llanto.
Nada, el hombre no hacía más que reírse cruelmente, con más histeria a medida que aumentaban las suplicas y la desesperación de la muchacha. No le quedó más que colgar, después de lo cual intentó en vano calmarse.
Finalmente, apenas unos cinco minutos más tarde el teléfono sonó otra vez. Esta vez los nervios fueron tales que sintió como el corazón luchaba por salírsele del pecho. “No contestes, no contestes”, se dijo a sí misma aunque no pudo resistirse y contestó:
—Habla la Policía. ¡Salga inmediatamente de la vivienda! Las llamadas que recibía vienen de la otra línea de la casa en que está. Hemos mandado una patrulla, ¡salga ya!
El teléfono se le cayó de las manos y gotas de frío sudor resbalaban por su frente empalidecida por el susto. Quería correr pero sus piernas no respondían, sólo temblaban y temblaban…
Cuando respondieron echó a correr con desesperación hacia la escalera para recoger a los niños que estaban en la planta de arriba, pero  antes de subir, aquella misma carcajada sádica la detuvo en seco. Al mirar al final de las escaleras, junto a la puerta del cuarto de los niños estaba un hombre alto, de frente amplia y cabello rizado y gris. Estaba vestido con un mono blanco como el de los pintores, pero estaba lleno de manchas rojas y en su mano derecha el hombre sostenía un enorme cuchillo ensangrentado.
El terror que sintió fue tal que quiso gritar y no pudo, se tropezó mientras intentaba llegar a la puerta de salida y, una vez que estuvo enfrente, intentó una y otra vez abrirla pero las manos le temblaban tanto que la llave se le caía o ella la metía mal. Mientras esa horrenda carcajada de fondo, sonando cada vez más fuerte a medida que el asesino se acercaba con una lentitud tan extrema como cruel y premeditada.
Gracias a Dios consiguió por fin abrir la puerta y tuvo la suerte de que a pocas calles estaba en camino un coche de la policía. Corriendo, se alejó unos cincuenta metros de la casa viendo con asombro como el asesino no la seguía. La Policía entró en la casa pero nunca encontraron al hombre, que probablemente escapara por alguna ventana; pero, lo que aquellos agentes vieron ese día en el cuarto de los niños les marcaría por el resto de sus vidas.
Las paredes estaban cubiertas de manchas de sangre, había tripas y vísceras esparcidas por el suelo, las tres cabezas de los chicos estaban sin ojos y separadas de los cuerpos y, junto a otras atrocidades de la escena del crimen, se habían encontrado unos pañuelos que a modo de mordaza habían impedido que los gritos de sus víctimas sonaran en toda la calle. La niñera al estar viendo la televisión con el volumen muy alto nunca escuchó nada y el psicópata aprovechaba los pequeños “descansos” mientra torturaba y asesinaba a los niños para llamarla por teléfono y reírse de el hecho de que a escasos metros estaba acabando con la vida de los pequeños que ella debía cuidar.